Han corrido ríos de tinta acerca de este tema y es que las opciones y los intereses eran numerosos. No obstante, como ya estamos acostumbrados, la lógica no ha hecho acto de presencia en este asunto. La opción más adecuada, equitativa para ambos equipos y aficiones y favorable para estas últimas, ya que su capacidad es amplia, era que la final se jugara en el estadio Santiago Bernabeú (Madrid, 81.000). El Athletic Club y el F.C. Barcelona coincidían en ese aspecto, sin embargo, el Real Madrid, propietario del estadio, se ha negado a cederlo. Merece la pena que paremos un poco para intentar entender la negativa del club blanco, ejemplo de "señorío" en el fútbol español.
La entidad presidida por Florentino Pérez, escuchando el clamor de la mayoría de sus socios, no ha permitido que la final de copa se dispute en su estadio, aún siendo obvio que era la mejor opción. Esta gran muestra de deportividad por parte del Real Madrid y el sector de sus aficionados que no consideraba procedente la disputa del partido en su campo parece tener varias razones. Como han manifestado por las redes sociales muchos de estos fervientes seguidores de gurús intelectuales contemporáneos como Tomás Roncero, una de las razones era la presumible pitada que recibirá el himno español por parte de la afición vasca y catalana. Sin entrar en debates sobre faltas de respeto, politizar el deporte o libertad de expresión, si cabe apreciar el hecho de que quien quiera pitar el himno lo pitará igual en Madrid, Barcelona o Ciudad Real.
La otra razón más extendida para no querer aceptar en su ciudad a sus vecinos vascos y catalanes, con los consiguientes beneficios económicos que reportarían a Madrid, es el hecho de la posible conquista del título por parte del Barça, su mayor rival, en su propio feudo. Este apasionante pique entre las dos superpotencias del fútbol español, generalmente ignoradas por los medios de comunicación nacionales, y la deportiva actuación del Real Madrid tienen como víctima colateral, otro año más, al Athletic Club y a su gran afición. Las sensaciones que me produce ese hecho son difíciles de describir sin recurrir a adjetivos calificativos vituperables, de esos que solo quedan bien cuando son escritos por Pérez-Reverte.
Volviendo a los datos sobre la reunión de la RFEF de hoy para decidir la sede de la final, no vaya parecer que no tengo un gran aprecio al Madrid, el Athletic, al no poder conseguir el Bernabeú, esperaba jugarla en el Benito Villamarín (Sevilla, 52.500 espectadores), mientras tanto, el F.C Barcelona prefería jugarla en Mestalla (Valencia, 55.000). Por lo tanto, al no llegar a ningún acuerdo se procedió a realizar dos votaciones. La primera decidiría si se elegía la sede entre Sevilla y Valencia o entre Bilbao y Barcelona. Salió favorable a elegir entre los estadios locales de los finalistas.
La directiva del equipo catalán había propuesto al grupo directivo de Josu Urrutia jugar el partido en San Mamés, pero con la condición de que el 50% de las entradas fueran para el conjunto culé. El Athletic se negó. La votación, la que en última instancia ha decidido el lugar del choque, dio como resultado el Camp Nou.
Las redes sociales y medios de comunicación no han tardado en llenarse de reacciones de ambas partes. Los aficionados culés parecen salir claramente beneficiados, no deberán desplazarse, con el esfuerzo económico que conlleva; tendrán la ventaja deportiva de jugar en su propio campo y además, teniendo en cuenta la capacidad del estadio, habrá más oferta de entradas. Entre los rojiblancos, sin embargo, las opiniones estaban más dividas. Algunos están contentos por el hecho de que vaya a haber una gran cantidad de entradas disponibles (que aún así se quedarán cortas) y se toman el viaje como una oportunidad de celebrar un día de fiesta athleticzale por todo lo alto. La mayoría, más críticos, se quejan de la desventaja deportiva que reportara jugar en el campo local del rival, ya favorito de por sí, y critican a la directiva de Josu Urrutia por la desigualdad con la afición culé, mientras ellos tendrán el estadio en su ciudad, los aficionados vascos tendrán que realizar el esfuerzo económico del viaje y el hospedaje en la ciudad condal, que no será barato.